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Siempre que abordo el metro en hora de comida, sé que me esperan muchos empujones, pisotones, algún codazo y muchos olores. El vagón estaba lleno a tope, los vendedores ambulantes preferían esperar un mejor momento para vender, el tránsito adentro era imposible pero un vagabundo comprobó lo contrario. No necesitaba abrirse paso a empujones o gritos, ni siquiera le costaba un poco de trabajo caminar. Su hedor a excremento y orina era tan intenso, tan ácido. Estremecía todo el cuerpo, provocaba escalofríos y hacia llorar los ojos. Su ropaje oscuro se componía de retazos de otras prendas, todas tan manchadas que resultaba complicado notar el color original de cada pedazo. Gritaba por unas monedas para poder comer o poder bañarse.
Un joven de aproximadamente 26 años lloraba inconsolablemente recargado en las puertas del vagón, con todas sus fuerzas se aferraba a su teléfono celular. Cuando llegó a su destino corrió desesperadamente hacia la salida.
Un hombre de edad, canoso y rollizo miraba fijamente a través de la ventana, entraba en trance, bajaba la mirada y en voz baja repetía una y otra vez, ni maquinitas, ni futbol, ni maquinitas ni futbol. El tono era tan tímido, tan poco audible que parecía estar penando una condena. A su voz y sus ojos los invadían una impotencia infantil sin llegar a hacer pataletas, parecía que nada había por decir o hacer para cambiar tan penosa situación. Decía y repetía. De pronto recuperaba el semblante, elevaba la mirada, ahora fuerte, ahora orgullosa, parecía más robusto, incluso un poco amenazante y volvía a mirar a través de la ventana. Transcurrían, tal vez diez minutos y todo comenzaba de nuevo. Esto sucedió varias veces, pero era muy sigiloso, nadie parecía o quería darse cuanta de lo que pasaba. Dudo mucho que haya estado borracho o con algún problema mental, simplemente reflejaba una inmensa tristeza.
Por alguna razón daba la impresión de ser él mismo quien se privaba de esto. Por qué, qué manda cumplía. Tal vez volvió a llegar borracho a casa y su esposa lo amenazaba con largarlo de ahí. Tal vez en el partido anterior decidió ir a la cantina con sus amigos y gastarse cada centavo de la renta o tal vez era un aficionado a las máquinas tragamonedas y estas habían engullido cada peso.
Tantas cosas, tantas historias, tantas personas, tanta fantasía y tanta realidad. Tan grande mi ciudad, tan angosto mi metro, tan maravillosa la gente. Jamás sabré que fue de aquél hombre, sólo que hoy no habrá ni maquinitas ni futbol
Eduardo Islas
domingo, 22 de noviembre de 2009
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Que tal ni luchas ni futbol, o ni cuates ni chelas?, o en todo caso, ni antro ni telenovelas, depende lo que pida el público!.
ResponderEliminarComo verás, también observo mucho a la gente en la calle.
Buen Post, me gusto!.
Luna, muchas gracias por el comentario. Virtudes públicas, vicios privados. Hay tantas cosas ahí, tantos estados de ánimo, tanta gente tan intersante. No dejes de observas y escuchar siempre hay algo interesante sucediendo.
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