lunes, 30 de noviembre de 2009

Break A Bottle Of Wine







Solo, de noche, de vuelta a mi casa en Metrobus, cargando dos mochilas y con un ipod en la mano, no encontré mejor canción para acompañar el viaje.




Stay
(Pink Floyd, Obscured By Clouds)

Stay and help me to end the day.
And of you don't mind,
We'll break a bottle of wine.
Stick around and maybe we'll put one down,
Because I wanna find what lies behind those eyes.
Midnight blue burning gold.
A yellow moon is growing cold.
I rise, looking through my morning eyes,
Surprised to find you by my side.
Rack my brain to try to remember your name
To find the words to tell you goodbye.
Morning dues.
Newborn day.
Midnight blue turn to gray.
Midnight blue burning gold.
A yellow moon is growing cold.

jueves, 26 de noviembre de 2009

TÍterix

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Ensayos para el retrato de Gabriela Villalpando Bonilla, titiritera. Pruebas de luz en mi casa con Beto.























lunes, 23 de noviembre de 2009

American Dreamers (Goran Bregovic/Johnny Depp)

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One thing I was sure of,that my uncle Leo was definitely the hero of my childhood.
The smell of his "Old Spice" cologne carried me back into that lost childhood more than the home movies did.
My uncle didn’t know it, but It was the sweet, cheap smell of car dealers that took me back, and made me dissolve into a dream of the past.
Leo was the last dinosaur that smelled of cheap cologne.
And he believed in the American dream.
I was crazy about him, because he believed in miracles.
And Even though he lived inside of life and sold Cadillacs, he always looked like a ten-year-old boy whose sleeves were too long.
When I was ten, Leo gave me this great movie camera.
And My mother always hoped I'd become the next Milton Berle.
But dreams of houses, and cars, and fresh-cut lawns aren't dreams when they become real.
And somehow I understood what my mother meant by "Good morning, Columbus."
And even if my mother didn't like what I was doing with my life, I think she'd understand.
When I was 11, I got this really weird earache that wouldn't go away.
I went to about a hundred doctors but none of them could help me...
So what Leo did was he went into Mexico, and brought back this fat lady witch doctor who did this mumbo-jumbo and fixed me right up.
I was grateful, but somehow I thought I might've been better off mute.
All in all, I had a very happy childhood.
My father was a border guard, who spent most of his life trying to keep people from crossing lines.
Every night for 15 years, he'd go out and smooth down the road between Mexico and Arizona, and every morning he'd be out there looking for footprints in the dirt.
But my father always said that work was like a hat you put on your head.
And even if you didn’t have pants, you didn't have to walk down the street ashamed of your ass, so long as you had a hat.

And if somebody was to ask me why I don't get up right now and take the next train back to New York, it's because you can't say no to your childhood hero.
I decided to be his best man, but one thing I was sure of :
No matter how much I loved the smell of cheap cologne,
I was never going to become my uncle, and I was never going to sell Cadillacs.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Abanico

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Ni maquinitas, ni futbol

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Siempre que abordo el metro en hora de comida, sé que me esperan muchos empujones, pisotones, algún codazo y muchos olores. El vagón estaba lleno a tope, los vendedores ambulantes preferían esperar un mejor momento para vender, el tránsito adentro era imposible pero un vagabundo comprobó lo contrario. No necesitaba abrirse paso a empujones o gritos, ni siquiera le costaba un poco de trabajo caminar. Su hedor a excremento y orina era tan intenso, tan ácido. Estremecía todo el cuerpo, provocaba escalofríos y hacia llorar los ojos. Su ropaje oscuro se componía de retazos de otras prendas, todas tan manchadas que resultaba complicado notar el color original de cada pedazo. Gritaba por unas monedas para poder comer o poder bañarse.

Un joven de aproximadamente 26 años lloraba inconsolablemente recargado en las puertas del vagón, con todas sus fuerzas se aferraba a su teléfono celular. Cuando llegó a su destino corrió desesperadamente hacia la salida.

Un hombre de edad, canoso y rollizo miraba fijamente a través de la ventana, entraba en trance, bajaba la mirada y en voz baja repetía una y otra vez, ni maquinitas, ni futbol, ni maquinitas ni futbol. El tono era tan tímido, tan poco audible que parecía estar penando una condena. A su voz y sus ojos los invadían una impotencia infantil sin llegar a hacer pataletas, parecía que nada había por decir o hacer para cambiar tan penosa situación.  Decía y repetía. De pronto recuperaba el semblante, elevaba la mirada, ahora fuerte, ahora orgullosa, parecía más robusto, incluso un poco amenazante y volvía a mirar a través de la ventana. Transcurrían, tal vez diez minutos y todo comenzaba de nuevo. Esto sucedió varias veces, pero era muy sigiloso, nadie parecía o quería darse cuanta de lo que pasaba. Dudo mucho que haya estado borracho o con algún problema mental, simplemente reflejaba una inmensa tristeza.

Por alguna razón daba la impresión de ser él mismo quien se privaba de esto. Por qué, qué manda cumplía. Tal vez volvió a llegar borracho a casa y su esposa lo amenazaba con largarlo de ahí. Tal vez en el partido anterior decidió ir a la cantina con sus amigos y gastarse cada centavo de la renta o tal vez era un aficionado a las máquinas tragamonedas y estas habían engullido cada peso.

Tantas cosas, tantas historias, tantas personas, tanta fantasía y tanta realidad. Tan grande mi ciudad, tan angosto mi metro, tan maravillosa la gente. Jamás sabré que fue de aquél hombre, sólo que hoy no habrá ni maquinitas ni futbol



Eduardo Islas

viernes, 13 de noviembre de 2009

Levantado del Suelo

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Tenía tal vez 12 años la primera vez que pisé el estado de Oaxaca. Conocí Monte Albán, Mitla, los chapulines, el quesillo, chocolate, pero la ciudad muy poco. En aquella ocasión visitábamos un rancho. Pasamos dos semanas ahí, conocí cómo desgranaban los elotes para trasformarlos en masa y hacer tlayudas. Me paseaba todos los días con los animales, cerdos, burros, caballos y aves con ese olor a estiércol que penetra por la nariz y eriza los cabellos, la sensación es más intensa cuando se procede de la ciudad. Pero lo más significativo  e impresionante fue el día que Ángel, un ranchero de tez morena, bigotudo, muy corto de estatura y con un olor a sudor que lo identificaba desde par de metros, nos llevó a la milpa. La milpas doblaban mi estatura, Ángel caminaba con mucha seguridad, cambiaba de rumbo muy seguido siguiendo un camino invisible para mí.  Aún no era temporada de cosecha pero cortamos varias mazorcas para la comida. Al día siguiente, aún con el sol escondido, nos dirigimos al campo a limpiarlo de hierbas y prepararlo para el arado.

Un vez limpiado a mano, apareció esa bestia enorme y ruidosa, Ángel encima de ella, me apuré a domarla a su lado. La montamos por par de horas, hasta dejar el terreno perfectamente marcado y listo para plantar semilla. Fue en ese momento que descubrí lo feliz y los satisfecho que me hace sentir trabajar la tierra, meter las manos a la tierra, intentar encontrar las entrañas, sacar el fruto, verlo crecer, comer directamente del campo. Sólo después de mucho tiempo pude volver a sentir la misma sensación pero aquella ocasión fue en Villaflores, Chiapas.

Fue en Oaxaca donde aprendí a respetar la tierra, el alimento que nos da, el esfuerzo tan grande que los campesinos realizan para que podamos disfrutar de un buen alimento.  También fue ahí, donde al calor del comal, ¨la abuela¨ me enseñaba a comer con las manos, los cubiertos sólo se usaban para la sopa. A la fecha el placer por comer con los dedos está muy presente, me parece tan familiar, tan primigenio, tan natural, tan normal, a pesar de que mucha veces las hormigas se empecinen en no dejarme hacerlo. Al calor de la fogata, escuchamos las historias de brujas, brujos y nahuales para después tener que cruzar el laberíntico campo de maíz muertos de miedo y así poder llegar a nuestros cuartos. Fue en aquel viaje, fue en Oaxaca...

Ahora vuelvo y quisiera regresar al rancho pero esta vez sólo puedo estar en la ciudad. Aún como con las manos, aún creo en brujas y nahuales. Aún me da miedo y me turba el sueño pero justo en ese momento la veo, sus ojos, su nariz, su sonrisa, la tranquilidad. La beso.


Eduardo Islas

Fantasía Subterránea Para Mujer y Violín

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jueves, 12 de noviembre de 2009

Transporte

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El viaje se pospuso una semana, Gayne venía a México. El viernes 6 partió el camión a las 23:59. Los asientos estaban extremadamente juntos, bastante incómodos, afortunadamente mi capacidad de conciliar el sueño es mucha, puedo dormir prácticamente en cualquier situación pero ella vaya que sufrió la noche. El pasajero de enfrente reclinó completamente su asiento de tal modo que el respaldo estaba justo en nuestras narices. Ella no dejaba de moverse, no encontraba acomodo ni de frente, menos de lado, se movía, se retorcía cual lombriz, subía los pies, lo baja, los volvía a subir, se quitabas la chamarra, se la volvía a colocar, parecía que jamás lograría encontrar una postura cómoda Después de mucho intentarlo, se calmó. Un acorde desafinado sonó, otra más, dos a la vez, uno más fuerte, tres simultáneos, era una orquesta completa, bajo barítono y tenor incluidos, cada uno peor que el otro. Pretendí formar parte de aquel curioso grupo pero ella me frenaba cada vez que lo intentaba. Los ronquidos aumentaban y disminuían. Me quedé dormido, ella también.

El hotel era una hermosura, lleno de color y de flores. Estábamos en Oaxaca. Me abrió las puertas de su mundo, de su gente, me compratió un pedazo de su pasado/presente, me permitió conocer muchos aspectos que pocas veces salen a la luz. Me abrió los ojos, me puso a prueba pero sobretodo, como levadura de pan, me hizo madurar en cuestión de segundos. Está de más escribir sobre lo que vimos, visitamos, comimos y conocimos, esta vez es para mi lo menos importante.

De regreso fueron otras siete horas de camino, al menos eso decía el reloj, pera nosotros fueron tal vez dos. Cargábamos mochilas, bolsas, panes, quesos, chocolates y muchos recuerdos, bajamos del camión, subimos al metro y después un taxi. Ella en su casa, yo en mi cuarto. En qué momento sucedió el viaje a Oaxaca. Qué conocí, que sucedió y cuándo. No lo sé. El tiempo muchas veces se disfraza de tal manera que lo confundimos fácilmente, sigilosamente transcurre evitando ser notado. Cuándo y por qué lo hace o será que nosotros lo disfrazamos, nosotros lo ignoramos y él simplemente sucede.


Eduardo Islas